Cierto día de cierta semana, de cierto mes y de cierto año. Una princesa vagaba por los jardines de un castillo majestuoso. Aquel castillo tenía grandes habitaciones, hermosas baldosas que formaban increíbles dibujos en los pisos y un ejercito de sirvientes que atendían día y noche a sus habitantes. Sin embargo esta gran construcción tenía una particularidad; todo era blanco. Las paredes, los muebles, los jardines y hasta las mismas personas que ahí vivían estaban pintadas de blanco; todos menos la princesa Allegra.
A ella le gustaba pasear por los largos pasillos. Le gustaba disfrutar de todos los manjares que eran preparados por los cocineros reales y reía a carcajadas cuando convivía con las pequeñas mascotas que tenían. Todo ello disfrutaba, hasta que por alguna razón u otra se encontraba frente a frente en el espejo. Al ver su imagen reflejada y llena de colores diversos, su mirada decaía, sus hombros se volvían timidos y su cabeza caía inevitablemente como si la gravedad reclamara impaciente algo que le apetecía tener en ese momento. La princesa rápidamente se volvía y se marchaba triste a su aposento. Nadie en la corte entendía su comportamiento.
En una de tantas ocasiones, se apareció una pequeñísima libélula y se posó en uno de los bebederos reales. El pequeño bicho llamó inmediatamente la atención de la princesa y solo de ella, quién al instante le preguntó: – ¿Qué es aquello que hace que no decaigas y entristezcas cada vez que miras tu reflejo? Dímelo ahora y todo el reino te servirá a perpetuidad y de buena gana – La libélula perpleja contestó a la princesa – Mi reflejo en nada acierta con mi esencia, soy quien soy y vivo eterna. Por tanto nada hará que yo entristezca – La princesa al instante furiosa increpó a la libélula – ¿Quién te crees tú que eres para hablar así a Su Alteza, si yo te he preguntado no ha sido por vergüenza, sino mas bien por temor de guardar las apariencias. Hace mucho tiempo he decidido que el orden que impera en este reino no tendrá jamás dolencias, así que sal ahora de mi vista y vuela alto, antes que yo pierda la paciencia – La libélula antes de marcharse tuvo una última pregunta y así la hizo a la maceba -Señora mía, no se enoje con esta pequeñeza. Yo nada soy y nunca he realizado una proeza, pero he notado que si bien soy pequeñuela, nada impide que yo brille mas que Allegra, pues mi cuerpo, no es acto alguno de mi inteligencia. A unos dan a otros complementan, pero si algo sé es que nadie debe renegar de su presencia – Siendo este el último discurso de aquella criatura que volaba, la princesa dijo algo sin temer las consecuencias -Mira ahora y aprende de mis palabras y mis actos. ¿Ves aquella fuente que se alza por enmedio de la huerta? Ahí mismo ante tu ojos me bañaré y seré como cualquiera que habita delimitada por las rejas. Al salir seré blanca como todo y nunca mas derramaré una lágrima –
Y así lo hizo, y todo cuanto dijo se cumplió. Ahora, todo en aquel reino era enteramente de un solo y único color.
La libélula cerró los ojos y emprendió el vuelo a lontananza, mientras a su espalda se ecuchaba la risa larga de una gran y blanquísima monarca.
Fin
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